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''Y me hacía cada vez más y más pequeña...''

Las experiencias malas te marcan. Lo quieras o no. A veces te proporcionan la fuerza que necesitas para seguir adelante. Otras veces, en cambio, te acaban hundiendo en una espiral de complejos y miedos.

Mi madre siempre me decía que en la guardería era una niña muy sociable. Pero fue llegar al colegio y ese naturalidad para establecer amistades se esfumó.

Tengo recuerdos vagos sobre los primeros años. Lo único que no consigo dejar de lado es la primera persona que empezó a ‘’molestarme’’ con frecuencia. Tenía unos años más que yo. Se metía con mi aspecto. Tenía miedo de cruzármelo. Aunque parezca excesivo, le tenía pavor. Pero me callaba, pensaba que sería algo pasajero. Pasaban los días y las semanas, pero todo seguía igual. Nadie se daba cuenta. En ese entonces, mi hermano ya había empezado el instituto y no podía estar pendiente de las personas que me rodeaban. Aunque viviéramos en la misma casa parecía que estuviera muy alejado. No sé cómo, pero al final se lo conté. Una tarde vino a recogerme y cuando yo no estaba se acercó a hablar con él. A partir de ese momento, ya no volvió a reírse de mí.


Sin embargo, unos años más tarde viví una situación similar. Esta vez, me faltaban dos años para acabar primaria. Lo que empezó con un cotilleo inocente acabó con un acoso diario. Un grupo de niñas empezó a increparme. Criticaban todo de mí: cómo vestía, cómo caminaba, cómo hablaba y un largo etcétera. Me hicieron creer que no tenía nada bueno. Que literalmente daba asco.

Me esperaban a la entrada del colegio y cuándo me veían llegar podía ver sus caras de satisfacción porque sabían que inmediatamente enmudecía.

Los viernes respiraba tranquila porque era el único día en que había una profesora de guardia, pero el fin de semana pasaba muy rápido y ya volvía a ser lunes. La pesadilla acabó cuando se marcharon al instituto. Para ser sincera, el único año en el que realmente disfruté del colegio fue el último.


Todas mis inseguridades se hicieron latentes cuando empecé el instituto. Exploté. Entré en un bucle de temores y desconfianzas: Me daba miedo hacerme notar porque pensaba que me iban a juzgar. Me daba vergüenza dar mi opinión porque sabía que me iba a equivocar y se iban a reír de mí. Bajaba la cabeza cuando iba por los pasillos -incluso por la calle- para que no me mirasen directamente. El sentido del ridículo era cada vez más grande. Y me hacía cada vez más y más pequeña. No quería hacer según qué actividades porque seguro que no era lo suficiente ‘’buena’’ como los demás. Me refugié en unas pocas personas que luego me fallaron y me pregunté si realmente era la culpable, si me merecía todo lo que me estaba pasando. Y la frase de siempre: ‘’Es que eres muy tímida’’ Pero no sabían que eso lo empeoraba todo. Empezaron los primeros ataques de ansiedad.

Me afectaba todo, lo que hacía que llorase con los problemas más insignificantes. Emocionalmente era una ruina. Nadie me entendía, tampoco lo intentaron.

Después de tantos años de oscuridad, he empezado a dejar atrás todos esos miedos. Aún queda mucho camino para volver a confiar en mí misma -si es que alguna vez lo he hecho-, pero estoy satisfecha con los avances. Cada vez me lanzo más a la piscina. He tenido la suerte de encontrarme con personas que, aunque no lo sepan, me están ayudando mucho. Me aportan la fuerza que yo pensaba que no tenía y me hacen sentirme valorada y querida. Y, sobre todo, me hacen sentir imprescindible.


A mi yo del pasado le diría que se secara las lágrimas, que abriera sus velas porque la tempestad pronto se iba a terminar. Le diría que, aunque no se le creyera, era más valiente de lo que se pensaba. Que no pasaba nada por equivocarse, y que dentro de unos años se miraría al espejo y estaría orgullosa de si misma.

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Bully Out, blog creado por Carlos Paños, Emma Skantz, Ayla Soriano e Irene Velasco

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